lunes, 18 de julio de 2016

De los (anticuados) beneficios de los profesores universitarios

Estamos en esa época del año en que los amigos, cuando te ven, se te acercan con esa sonrisita condescendiente y te preguntan…”y tú que, ya de vacaciones, ¿no?” Y, aunque al principio me cabree, y ahora ya haya optado por enseñarles mi agenda semanal, con reuniones cada media hora, lo cierto es que no me sorprende nada. No es raro que algunos se despidan tras los finales de junio con un “Que paséis buenas vacaciones”. Y eso que en ICAI, incluso los que no tienen gestión, estamos casi todos pringados con reuniones, proyectos y papers varios hasta final de julio…En otras universidades cercanas, a bastantes no se les ve el pelo desde que hacen el último examen a mediados de junio…Claro, podría ser que se fueran a casa o a la playa (un proyecto mío de futuro) a trabajar en papers y demás. Porque afortunadamente en esta profesión lo del teletrabajo es algo que se adapta bastante bien. Lo que pasa es que, conociendo a los que lo se despiden, me sorprendería :)

En todo caso, incluso los que teletrabajan seriamente, y sobre todo durante el curso regular, también necesitan atender a alumnos, interactuar con los compañeros, tener reuniones de proyectos de investigación, etc. Y para eso hace falta presencia, y presencia constatable por el resto: que los alumnos puedan saber que uno está en su mesa trabajando me parece fundamental. Que los compañeros puedan salir de sus despachos para comentar lo último que están haciendo, o el problema donde se han atascado, y encontrarse a otro colega con quien hacerlo, me parece de las mejores cosas que yo encontré en el IIT. Por eso soy tan defensor de los espacios abiertos y flexibles para investigar, y tan contrario a los despachos cerrados, aislados, y poco transparentes. Que no me cuenten rollos de que esto es una “intromisión por parte de los gestores”, o de falta de privacidad. No veo necesidad de privacidad en un despacho, salvo para hacer cosas inconfesables (cada cual que piense la suya). Vivan los despachos compartidos (también con estudiantes de doctorado) y las puertas abiertas, ni siquiera de cristal.

2 comentarios:

Fernando Leanme dijo...

Yo prefiero una oficina con paredes y ventana al exterior. Una pared lleva el escritorio y un librero.

La del frente lleva un pizarrón blanco con una caja de marcadores que se pueden borrar. Este pizarrón también se puede utilizar para proyectar pantallas de un ordenador, lo cual permite tener reuniones donde se revisan modelos y diagramas con ampliación de 4X.

La tercera lleva una lámina de metal donde se pueden pegar mapas y gráficos de gran tamaño. Una oficina de esas sin paredes no se presta a un ambiente de este tipo. No hace mucho tuve la oportunidad de ser consultor de una empresa donde todos estaban sueltos en un corral lleno de escritorios. Esto causaba muchos problemas con gente tratando de utilizar las tres salas de reuniones. El otro problema que vi era gente que salía del edificio para tener conversaciones privadas.

Desde el punto de vista del costo es evidente que meter más gente por metro cuadrado ahorra plata. En ese caso es mejor mudar la operación a una ciudad mediana con buenos precios inmobiliarios, muy buenas escuelas, un paisaje bonito, y un aeropuerto con buenas conexiones. Y tener una oficina donde la gente trabaje a su gusto, con privacidad si así lo desean.

Fernando Leanme dijo...

Se me olvido pegar esto. Este comentario contiene un error. Los autores no manejan bien el sistema dinámico, piensan que los costos de inversión y de operación y mantenimiento permanecerán estáticos, lo cual permitirá que la industria petrolera funcione a precios más bien bajos. Esta es una de las claves del modelo dinámico que tenemos. Cuando la actividad sube los precios suben. Si la actividad es frenética entonces los precisos se disparan. Y el nivel de experiencia y eficiencia cae muchísimo. Muchos gerentes en empresas petroleras han sido formados en la época de las vacas gordas del 2001 al 2014 y francamente muchos no dan la talla. Ahora debemos preguntarnos si los sobrevivientes fueron los mejores, y si pueden enseñar a la generación que los reemplaza.

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