Hace justo unas semanas les hablaba yo a mis alumnos del MEPI sobre el valor de la vida estadística, y en general, sobre métodos de evaluación económica de los impactos ambientales. Todo muy rápido, por supuesto, porque no hay tiempo para más. En este podcast de Resources Radio, Alan Krupnick, uno de los popes del asunto, sí tiene tiempo para contarnos tranquila y muy pedagógicamente acerca de los distintos métodos para determinar el valor de una vida estadística, de la historia del término (acuñado, como no podía ser de otra forma, por un genio como Tom Schelling), de todas las cuestiones éticas que aparecen...y por supuesto, sobre cómo utilizarla en el contexto del COVID-19.
Una discusión así es tremendamente pertinente en estos días en los que algunos dicen tantas tonterías. Y ahí Krupnick hace un punto fundamental, y que comparto totalmente: no tiene ningún sentido hablar de coste-beneficio en crisis como ésta.
Krupnick lo justifica diciendo que, realmente, ahora no hay ningún trade-off que evaluar (que es donde tiene sentido aplicar el coste-beneficio): no hay trade-off, es decir, no hay coste de oportunidad, porque realmente no hay ninguna opción distinta de parar todo o casi todo para parar la epidemia, si no queremos colapsar nuestros sistemas sanitarios. Parece que la evidencia respalda esto. Yo, personalmente, creo que hay un argumento también muy importante para no utilizar, por ahora, el coste-beneficio: el análisis coste-beneficio, y el valor de la vida estadística, están construidos sobre un supuesto marginal. Es decir, sólo tienen sentido para evaluar cambios marginales, relativamente pequeños. Ahora mismo, y por lo que entendemos de los modelos más valiosos , el impacto en términos de mortalidad de no aislarnos sería tan enorme que nunca podríamos considerarlo marginal.
Donde sí puede tener sentido aplicar el coste-beneficio es a la hora de determinar las medidas que se instalen con carácter más permanente, o la velocidad a la hora de volver a la normalidad. Porque ahí sí podemos considerar que sí hay cierto trade-off asumible, y por tanto, que podemos estar hablando en términos marginales, que es donde realmente tiene sentido una medida como esta.
Ojalá que nuestros políticos, igual que deberían estar usando información de modelos científicos para dirigir sus actuaciones en estos momentos, utilicen también la ciencia (no sólo, por supuesto, por las evidentes implicaciones éticas y morales de las que he hablado) para decidir la mejor senda para salir de esto.
PS: Lo único que echo de menos en el podcast de Krupnick es alguna referencia a algunos conceptos relacionados que también pueden ser relevantes en este contexto, o incluso más apropiados teniendo en cuenta lo asimétrica que es la distribución del impacto del COVID-19 (pero con más problemas éticos):
- YOLL (years of life-lost), que se "inventaron" Anil Markandya
y otros justo cuando yo estaba trabajando en el proyecto ExternE con
ellos: el valor de un año de vida perdido por una muerte prematura.
- QALY, curiosamente también propuesto por otro genio como Dick Zeckhauser (además uno de los profesores más magistrales que he tenido). El DALY es similar. Ajustan el YOLL para recoger además la calidad de vida.
ADD: Tim Harford también ha opinado sobre el asunto.
1 comentario:
Interesante ver cómo (salvo error mío, lo he leído en diagonal, admito) hay gente en abierta discordancia con la línea que defendió The Economist hace dos/tres semanas. Sin duda, un indicador más sobre la enorme complejidad de la situación...
Publicar un comentario