Algunos acontecimientos recientes me han hecho volver sobre un tema que ya comenté brevemente hace ya (cuánto tiempo...) 5 años, el papel que debemos tener los académicos/científicos en el activismo político, en lo que los anglosajones llaman "advocacy", esto es, la defensa de posiciones políticas en público.
Y es que, adelantando mi conclusión, yo no creo que los académicos tengamos total libertad para expresar nuestras opiniones sobre determinados temas en público. Por supuesto, me refiero a las opiniones discutibles, no a los análisis científicamente rigurosos. Creo que podemos hacer activismo cuando la buena ciencia nos apoya (véase por ejemplo el tema del cambio climático, en mi caso). Pero cuando no es así, hay que dejar clarísimo que hablamos como ciudadanos, y no como profesores universitarios. Y aún así, con mucha precaución, porque es muy fácil que esta distinción no llegue a los que reciben nuestro mensaje.
Claro, esto choca con la famosa libertad de expresión de los académicos, algo sagrado para muchos. Se supone que los académicos podemos decir cuanto nos venga en gana, aunque vaya en contra de los intereses de nuestra institución o de nuestros financiadores. Esto es algo bueno para la sociedad, evidentemente...salvo cuando esta libertad se corrompe utilizándola para opinar sobre cuestiones que no podemos respaldar con hechos o análisis científicos. Entonces no somos distintos de cualquier otro ciudadano de a pie. Pero nos amparamos en nuestra posición para dar más peso a nuestras opiniones. Y en el fondo, lo que hacemos es ir contra nosotros mismos, devaluando nuestro prestigio. Porque nuestra libertad de cátedra se sostiene sólo desde nuestro prestigio académico. Si éste desaparece, ya no merecemos la libertad de cátedra.
Algún ejemplo reciente: este estudio, ¿es advocacy o ciencia de la buena? Pues yo creo que lo primero, sobre todo porque no me parece muy buena ciencia. A pesar de que no soy particularmente pro-nuclear, un estudio como este en el que se viene a argumentar que hay un 50% de probabilidad de un nuevo Chernobil basado en fenómenos poco repetitivos, y por tanto difícilmente convertibles en estadísticas serias, me parece extralimitarse en nuestras funciones como académicos, y querer retorcer la realidad para lograr unos fines que van más allá de aportar rigor y conocimiento. Por supuesto, no es sorprendente ver entre sus autores a defensores apasionados de las renovables como Sovacool...
Además, y por mucho que insistamos en que nuestras opiniones son personales, todos representamos a las instituciones en las que trabajamos o estudiamos. Cuando un alumno de Comillas dice una barbaridad, compromete a su institución, igual que cuando lo dice un profesor, aunque sea en su tiempo libre. Decía antes que la libertad de expresión académica, la libertad de cátedra, trata precisamente de prevenir que nos influyan nuestras instituciones. Pero hay que tener en cuenta que cuando nuestra institución se ve afectada, también nos vemos afectados los que trabajamos en ella: si como consecuencia de las opiniones de los profesores las familias y los alumnos dejan de confiar en nuestra institución, ¿quién va a pagar nuestros sueldos? Sí, ya sé que esto es algo triste, pero es ley de vida en las sociedades en las que vivimos.
Para terminar: muchos de vosotros, al leer esto, pensaréis que estoy siendo totalmente incoherente. Si digo que no debemos dar nuestra opinión sobre temas no suficientemente basados en la evidencia o en la reflexión, ¿qué hago diciendo lo que digo?¿No es esto una opinión personal? Sí, claro. Pero, primero, sí que he reflexionado bastante sobre ella. Segundo, el expresarla es precisamente para buscar contraste y discusión, y no tanto para afirmar un dogma, como se suele hacer muchas veces en el activismo. Tercero: vale, todos tenemos cierto grado de incoherencia, lo reconozco :). Me encantaría recibir comentarios sobre esto, para ver si estoy sacando los pies del tiesto.
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