Estos dos temas fueron repetidamente mencionados por los ponentes de la charla de Cambridge, aunque, curiosamente, el título ha cambiado y ha pasado a algo mucho más conservador: “qué supondrá el COVID para la educación”…
Respecto a la calidad, hubo dos puntos fundamentales, hasta cierto punto contradictorios pero quizá reconciliables (y que también se tratan en este artículo del FT):
- Uno, defendido fundamentalmente por Alex Tabarrok: la educación online es mucho más barata, y no necesariamente peor en cuanto a calidad (a veces mejor). Tabarrok de hecho hace una analogía bastante buena con la música: dice que, salvo excepciones, la forma más sencilla de acceder a música de la mejor calidad es mediante grabaciones, no en directo. Y esta crisis ha demostrado que es posible utilizar la educación online mucho más, así que él espera una aceleración de este tipo de educación, reforzada además por el hecho de que es la única que permite en la práctica la educación a lo largo de la vida (lifelong learning), algo tan de moda en los últimos tiempos.
- Y otro, como no podría ser de otra forma manifestado por Stephen Toope (rector de la U. de Cambridge), y apoyado por Shirley Tighman (rectora emérita de Princeton) sobre el valor que aporta una universidad en términos de experiencia para los alumnos: vivir junto con gente de todo tipo de origen social o geográfico, intercambiar ideas en los encuentros formales o informales que tienen lugar en el campus, y aprender junto con excelentes colegas. Esto, según ellos, no puede replicarse satisfactoriamente de forma online, y por eso tanto Toope como Tighman creen que las grandes universidades saldrán incluso reforzadas.
La educación online puede ser mejor que muchas otras alternativas (difícilmente peor que una clase de más de 40-50 alumnos en cuanto a transmisión de contenidos, y mejor en términos de coste, de facilidad de acceso, y quizá también de interacción entre los alumnos). De hecho, los mejores profesores ya utilizan los recursos online para complementar su enfoque pedagógico. Todo depende de cómo se haga, claro: un video pregrabado de un tostón de lección magistral de 45 minutos es mucho peor que una clase presencial por muy mala que sea. Pero una serie de videos cortos, con material adicional, con evaluación continua, con interacción entre los alumnos, es mucho mejor que muchas clases presenciales. Y, como bien señalaba Tabarrok, las economías de escala aquí son enormes: un gran profesor puede diseñar material excelente para que accedan a él millones de estudiantes.
Pero, por otra parte, está claro que el valor que aportan muchas universidades prestigiosas no es necesariamente la calidad de su docencia, sino su carácter exclusivo, la creación de un entorno en el que los “mejores” están con gente como ellos, y tienen acceso cercano a buenos profesores. Por eso por ejemplo no creo que nadie vaya a echar de menos en Cambridge las clases presenciales el curso que viene. Porque mantienen todo su sistema de tutoría personalizada, seminarios, y sus colleges, etc., que es lo que realmente da valor a la experiencia universitaria allí. Aunque Tabarrok defiende que también se pueden crear estas comunidades de modo virtual, sinceramente creo que no es lo mismo.
Y creo que, como señalaban varios de los ponentes, esta resolución del conflicto entre presencialidad y acceso online seguramente será distinta según el público objetivo. Como señalaba David Willetts (ex-ministro de Universidades en UK y una figura muy respetada en este ámbito), la única forma para muchos estudiantes (sobre todo en países en desarrollo, pero no sólo en ellos) de acceder a una educación universitaria de calidad a un coste asequible es por la vía online, no replicando Cambridge o Princeton (entre otras cosas porque al hacerlas masivas pierden parte de sus características esenciales, como la exclusividad).
Toope planteaba esto como un beneficio de la crisis: él cree que la demostración de que la enseñanza online es factible será un elemento disruptivo en el sentido de que aumentará la diversidad de las universidades, creando distintas fórmulas adaptadas a las necesidades de los estudiantes. Pero esto, que es cierto, nos lleva directamente al segundo tema, la igualdad de acceso.
Todos los ponentes coincidieron en señalar que esta crisis ha servido para manifestar claramente las desigualdades en el acceso a la educación: los estudiantes sin acceso a medios informáticos suficientes o espacios para estudiar o trabajar en sus casas (aquí algunos números de educación primaria y secundaria, no universitaria) están claramente quedándose atrás respecto a los más afortunados. Y por tanto, no está claro que se puedan beneficiar de todas las ventajas que podría ofrecer la educación online. Por otra parte, si esta crisis lo que supone es que las universidades más exclusivas sobrevivirán, pero no las que menos recursos tienen, lo que deja esto es un escenario muy duro para los menos afortunados; sin posibilidad de beneficiarse de la educación online, sin posibilidad de asistir a una universidad al alcance de sus posibilidades. Claramente esto requiere pensar cómo llenar ese hueco.
Porque, si las universidades como Cambridge deciden explotar realmente sus capacidades online (prescindiendo de las clases de gran tamaño), las universidades medianas pueden pasarlo muy mal. Aquí señalaba correctamente Willetts que los cursos online, al contrario que otros mercados digitalizados, tienen un componente altísimo de branding, algo que nunca he entendido muy bien: Harvard, Stanford o MIT se caracterizan por tener fantásticos alumnos y grandes investigadores, pero no necesariamente grandes docentes (los incentivos no llevan a eso). Así que, ¿qué aporta realmente Harvard cuando la enseñanza es online? Sólo el sello, y como digo no entiendo por qué los empleadores valoran esto sabiendo que la calidad no es necesariamente mejor. Pero, aunque yo no lo entienda bien, así es.
Y por lo tanto la gran pregunta es qué pueden aportar las universidades medianas frente a la competencia de las prestigiosas. Porque la lección tradicional no vale, no es mejor que online. Tendrán que distinguirse por la calidad de su docencia (que como hemos visto, si se hace bien, puede ser mejor que online)…y que el mercado lo reconozca, algo que no es sencillo. ¿Es mejor, para un estudiante sin recursos, apuntarse a su universidad local, mediana, o mejor seguir un curso de MIT o Cambridge? Si la calidad es equivalente o mejor, el mercado lo reconoce, y además no hay ningún beneficio en términos de estar en contacto con otros estudiantes, ¿qué sentido tiene?
Creo que su única esperanza es que, realmente, las universidades punteras decidan, a pesar de los posibles beneficios, no apostar por la enseñanza online. Como decía Tighman, las universidades llevan ya siglos con nosotros, sin haber cambiado dramáticamente en todo este tiempo su manera de enseñar. Es cierto que ahora la crisis coincide con un desarrollo tecnológico, y que puede ser su gran impulsor…pero también es cierto que las universidades, sobre todo las más prestigiosas, tienen mucha inercia y resistencia al cambio, precisamente porque lo que venden es el valor de la tradición…
Otra posibilidad, claro, es que lleguen a estas universidades medianas sólo los estudiantes que no tienen buen acceso online. Pero quizá esos no sean suficientes para rentabilizar la universidad, así que seguramente las administraciones tengan que apoyarlas más que ahora para asegurar que están ahí como opción para estos estudiantes.
En cualquier caso, una conclusión que yo saco, de esta charla y de mis propias reflexiones, es que esta crisis es una oportunidad excelente para que todas las universidades aprovechen las ventajas que brinda la educación online, con materiales de Stanford o similar, o de la propia universidad. Ahora que las universidades españolas se están planteando cómo volver en Septiembre, ¿no tendría sentido que los estudiantes no tengan que tragarse tantas horas de chapa infumable de alguien en la tarima, sino que puedan trabajar más por su cuenta, basándose en los materiales disponibles, y que las horas de contacto con el profesor se aprovechen mejor para tutoría y resolver problemas? Esto permitiría la vuelta en grupos más pequeños, porque estarían menos horas en las aulas, pero horas con más calidad. Ni siquiera requerirían más profesores, pero sí más recursos (para que el soporte online sea de calidad), como bien señalaba Mario en sus comentarios a esta entrada anterior. El riesgo, por supuesto, es como decía antes para los estudiantes que no tengan acceso a recursos informáticos o de espacio, y que necesitarán más apoyo.
Muchas preguntas interesantes, e importantes para las universidades que no son ni Cambridge ni Stanford.
NOTA: Por supuesto, lo que digo de estudiantes y profesores se puede extender también al PAS: esta crisis ha demostrado que teletrabajar es posible, y que no es menos productivo que la presencialidad (aunque sea anecdótico, en algunos casos hay incluso más productividad y organización, con menos tiempo perdido comentando el partido del domingo o la actuación de los políticos). Por supuesto, hace falta confianza...pero esa es la clave de una fuerza de trabajo motivada y eficaz...
ADD: The Economist también ve la oportunidad en la crisis.