En estos tiempos de crisis, y por sorprendente que pueda parecer, hay gente que muestra una cierta satisfacción: nuestro Ministro de Economía, por ejemplo, se consuela pensando que servirá para “limpiar la economía”. En esta misma línea, y con cierta lógica, también hay quien plantea si esta crisis servirá para limpiar el medio ambiente. El objetivo de este artículo es tratar de analizar esta cuestión, de forma resumida por razones de espacio, pero tratando de identificar las claves principales del asunto para que cada cual se pueda formar su opinión. Eso sí, por si alguien no quiere llegar al final, y a costa de destripar de alguna forma la peli, ya adelanto que no hay una relación clara entre crisis económica y el medio ambiente, por la cantidad de factores implicados, unos positivos y otros negativos. Vamos a verlos uno por uno.
Lo primero de todo es caracterizar la crisis. Porque crisis económicas hay muchas, y cada una tiene unas consecuencias. Sin entrar en las causas de la misma (fundamentalmente financieras, lo que han creado una crisis muy distinta a las anteriores), creo que podemos acordar que la crisis actual se caracteriza por los siguientes elementos: subida de precios (en especial de alimentos y combustibles); disminución de la confianza empresarial y tipos de interés elevados (esto último posiblemente sólo de forma temporal, ya que los responsables económicos posiblemente bajen los tipos para estimular la economía, aunque no tanto como a los niveles iniciales); y reducción de la demanda agregada (en especial el consumo y la vivienda). Y ahora, veamos cómo pueden influir cada uno de estos componentes de la crisis en el medio ambiente.
La subida de precios tiene varios efectos. Por un lado, contribuye a la reducción del consumo, tema que analizaremos posteriormente. Por otro, también supone un cambio en las señales que reciben los productores. Por último, modifica los precios relativos de los bienes y servicios que utilizamos en la economía. El cambio en las señales puede ser bueno o malo para el medio ambiente: una subida de precios de los alimentos aumenta el incentivo para que se roturen más tierras, o se deforeste más, (especialmente en los países en desarrollo) lo que tiene consecuencias sobre la erosión, la contaminación por fertilizantes y pesticidas, o el ciclo del carbono, al aumentar la rentabilidad de la producción agraria; en cambio, una subida de los combustibles desincentiva esta misma actividad (al aumentar el coste de producción), y también estimula el ahorro y eficiencia energética y también el desarrollo de las energías renovables (con la reducción de impacto ambiental asociado). El aumento de precios de los combustibles también desincentiva el comercio internacional, lo que puede traer beneficios para el medio ambiente (si suponemos que los países en desarrollo tienen normas medioambientales más laxas). Finalmente, la modificación de los precios relativos también puede tener efectos indeseados: por ejemplo, hacer más rentable comparativamente el uso del carbón que el del petróleo o el gas, que son combustibles más limpios que el primero.
Los tipos de interés elevados y la reducción de la confianza empresarial también tienen efectos contrapuestos. Por una parte, se desincentivan las nuevas inversiones, que generalmente son más “limpias” que las existentes, y también se desincentiva la innovación tecnológica. Por ello, puede aumentar la tasa de contaminación específica. Por otra parte, disminuye la tasa de extracción de combustibles fósiles, pesquerías o bosques, lo que es bueno para la conservación de los recursos.
Y finalmente, la reducción del consumo y la renta también tiene efectos ambiguos. Por una parte supone una bajada de producción, y con ello de los impactos ambientales de la misma (esto es especialmente significativo en el caso de la construcción de viviendas). Esta bajada de producción también supone un menor coste de oportunidad a la hora de implantar nuevos procesos más limpios. También puede desincentivar el crecimiento de la población, al menos a corto plazo, con sus importantes repercusiones sobre el consumo de recursos. Pero por otra parte también reduce la demanda de bienes y regulaciones ambientales por parte de los consumidores (ya que son bienes normales, y por tanto disminuye su demanda al bajar la renta)
Otro elemento adicional a considerar es que, en tiempos de crisis, los gobiernos tratan de relajar las regulaciones ambientales, o al menos de no imponer nuevas(véase por ejemplo este artículo). Y también tratan de eliminar subsidios, para tratar de cuadrar el presupuesto. Esto último puede ser malo, si los subsidios son para las tecnologías limpias, o bueno si lo eran para actividades contaminantes (como por ejemplo el subsidio a las tarifas eléctricas).
En resumen, y razonando de forma similar a la famosa ecuación IPAT: si consideramos el impacto medioambiental como un producto de la población por la producción por la tecnología, vemos que la crisis posiblemente reduzca algo la población, reduzca también la producción, pero aumente las emisiones específicas de la tecnología. Es decir, resultado con signo indeterminado. Quizá a corto plazo sea más importante el efecto producción (y por tanto habrá una mejora) pero a medio plazo es probable que pese más el impacto negativo de las menores inversiones en nuevas tecnologías.
Téngase en cuenta por último que en todo este tema me he referido a cambios relativamente pequeños en las variables macroeconómicas, o al menos pequeños si se consideran las variaciones entre países o las variaciones a largo plazo de renta o precios. Digo esto por si alguien echa en falta la discusión acerca de la curva medioambiental de Kuznets, que trata de relacionar el desarrollo económico con el medio ambiente. Como digo, dada la magnitud de las variaciones y el corto plazo considerado, entiendo que la discusión no es relevante.
Así que, en conclusión: ¿son buenas las crisis para el medio ambiente? Pues no está nada claro, más bien se puede pensar que no (salvo como señal para animarnos a cambiar nuestro modelo de crecimiento por uno más sostenible). Y si además tenemos en cuenta que no sólo de medio ambiente vive el hombre (y menos todavía los que viven en países en desarrollo), lo cierto es que es difícil alegrarse ante una crisis como ésta, aunque uno sea un ecologista recalcitrante, o ministros de economía.
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