Decía ya en 2019 que tenía ganas de leer este libro. Porque tanto el título como el objetivo (tomado de las conclusiones) parecían valer mucho la pena:
I have tried to open the new dialogue by showing that the creation of
value is collective, that policy can be more active around co-shaping
and co-creating markets, and that the real progress requires a dynamic
division of labour focusing on the problems that XXI century societies
are facing.
Pero al final, entre los líos del curso anterior, y lo que me cabreaba cada vez que lo abría (tomando notas de todo lo que me parecía criticable), he tardado mucho más de lo previsto. De hecho, he tardado aún más en preparar esta reseña desde que terminé el libro en 2020...
Y es que, lo siento, pero el libro no me ha gustado nada: me ha parecido tendencioso, manipulador, y ventajista. Incluso mentiroso a veces, y también incoherente (diciendo una cosa en un sitio y otra distinta después). Por lo tanto, no lo recomiendo en absoluto. Ni siquiera como Juanfran Jimeno, que, aunque tampoco recomienda el libro, sí piensa que algunos capítulos pueden venir bien como lecturas complementarias para estudiantes de economía. Russ Roberts tampoco es ningún fan (aunque eso sorprende menos), pero la entrevista con la autora vale la pena. Cuando lo terminé, tuve curiosidad por ver qué pensaba Diane Coyle, y ella es más políticamente correcta, aunque la falta de entusiasmo es evidente.
Yo creo que ni siquiera los capítulos iniciales son recomendables, porque presentan una visión tendenciosa del desarrollo de la teoría económica del valor, cuando no errores flagrantes, que podrían ser asimilados como verdades evidentes por nuestros estudiantes con menos criterio. Porque lo que sí que es cierto es que Mazzucato es inteligente y domina la narrativa, lo que hace el libro aún más peligroso por su potencial de manipulación. Un ejemplo:aunque en el capítulo final dice que "I began the book stating that the goal was not to argue that one value theory is better than another", lo cierto es que cada vez que menciona la teoría de la utilidad marginal, lo hace para desacreditarla. Aunque no presenta ninguna alternativa, más allá de buenas intenciones.
Otro de los temas que más me enfadan es su tratamiento tan simplón de lo que considera creación y extracción de valor, en particular respecto a la intermediación financiera. Su definición inicial es sensata, pero es tan amplia que es difícil aterrizarla:
p6. By value creation I mean the ways in which different types of resources (human, physical and intangible) are established and interact to produce new goods and services. By value extraction I mean activities focused on moving around existing resources and outputs, and gaining disproportionatelly from the ensuing trade.
Porque, sí, estamos de acuerdo en que algunas actividades financieras no parecen crear mucho valor. Pero esto no es tan fácil de identificar. Por ejemplo, la especulación en los mercados, tan denostada, y que como decía Keynes puede a veces considerarse nada distinto de las apuestas, introduce liquidez y reduce la volatilidad, si se hace con criterio. ¿Es esto malo o bueno? O, ¿es que no produce valor mover los recursos?¿Es que la localización no tiene valor? Sí, ya sé que el intermediario es una figura demonizada...pero, si lo quitamos, ¿quién trae los alimentos a las ciudades? ¿El productor? Estupendo. Pero tendrá que recibir una remuneración por ello, ¿no? Que, si hay verdadera competencia, será la que recibiría el intermediario. Entonces, ¿hacemos depender el valor de quién recibe la remuneración?
Creo que la clave es lo de "desproporcionado". Lo que pasa es que, en la mayoría de los casos, la desproporción no viene de la competencia, sino de los fallos del mercado y capturas del regulador. Este es otro de mis problemas fundamentales con el libro: asimila "el mercado" con los mercados oligopolistas o sectores capturados que tenemos en muchas economías. Y claro, eso es profundamente injusto, porque los problemas que encuentra no son por el mercado, sino por sus fallos. Es decir, no por exceso de mercado, sino por falta de competencia tolerada o a veces incluso amparada por el estado.
Así que al final seguimos sin saber cómo se asigna el valor. Mazzucato dice que las preferencias de los consumidores no valen, por subjetivas. Pero entonces, ¿por qué las sustituimos? ¿Por las de los votantes, igualmente subjetivas?¿Por un comité de expertos?
Podría seguir copiando mis notas, pero la verdad, no me parece apropiado destruir tanto valor en forma de tiempo de los lectores. Y además, no quiero ser totalmente negativo: el libro presenta algunas ideas de interés. Y, por supuesto, hace pensar. Lo que pasa es que las ideas originales no se desarrollan, ya que la mayor extensión del libro se dedica a presentar evidencias parciales y sesgadas para defender las verdaderas obsesiones de Mazzucato, ya introducidas en su libro anterior: sector financiero, big pharma, innovación pública. Que tampoco es que sean erróneas del todo: es cierto que el sector financiero se aprovecha de muchas cosas para lograr beneficios seguramente indebidos; que la big pharma usa su poder de mercado para aprovecharse también; que el estado ha contribuido a la innovación y la creación de valor mucho más de lo que se reconoce. Pero esto no es necesariamente culpa ni de la utilidad marginal, ni de los mercados competitivos, sino más bien del capitalismo de amiguetes (y la
creación y captura de rentas), de la corrupción o ignorancia de los políticos, o de las limitaciones del estado. A este respecto, es una paradoja interesante lo de que tengamos que dar más papel al estado (algo en lo que puedo estar de acuerdo en parte, sobre todo si es un papel más innovador, como ella defendía en su primer libro), cuando este, como bien dice en el libro varias veces, es responsable del diseño de los mercados, y por tanto, de su mal funcionamiento.
En fin, resumiendo. El diagnóstico puede ser correcto en ocasiones, pero la evidencia presentada, y las conclusiones, no aportan casi nada. Mucho más interesante leer por ejemplo a
Tabarrok sobre los problemas de las patentes para la innovación; o a
Tirole, que sí plantea cosas interesantes para el bien común. O el informe
Stiglitz-Sen-Fitoussi sobre la reforma del PIB. O a
Frank sobre el papel de la suerte (y por tanto la renta no "ganada"). En fin, múltiples textos más rigurosos, inteligentes y recomendables.
Aunque esto nos lleva a otra paradoja: dedicar un libro a discutir sobre las actividades que crean valor y las que no, y no concluir con ninguna teoría o propuesta válida, resulta en un libro que tampoco crea demasiado valor (o incluso lo destruye, como es mi caso). ¿Qué deberíamos hacer pues con los (abundantes, seguro) ingresos que habrá recibido la autora? ¿Confiscárselos? Sería una pregunta interesante para ella...
NOTA: En una coincidencia curiosa (que no necesariamente afortunada) el libro que leí en paralelo, y que espero reseñar pronto, está en las antípodas de este, pero también consiguió enfadarme tremendamente por motivos similares (creer que el lector es idiota): Atlas Shrugged, de Ayn Rand.