viernes, 21 de febrero de 2020

Respuestas al transhumanismo, de Lumbreras

El otro día se presentó en la universidad el libro de mi compañera Sara Lumbreras, que tuvo la amabilidad de invitarme a participar en la presentación. En el evento hablamos de bastantes cosas, pero no había espacio para mi reseña completa, así que aquí está.



A mí, en general, me gustan mucho los libros que me plantean muchas preguntas. Y este me ha planteado muchísimas (casi una por página :)), así que me lo he pasado muy bien leyéndolo. Algo a lo que ha contribuido el estilo de Sara, directo, ameno, y lleno de ejemplos.

Creo que el libro presenta bien los retos que plantea el transhumanismo, y trata de plantear algunas líneas de acción, fundamentalmente la pregunta por el sentido a la hora de valorar el impacto positivo o negativo de la tecnología. Y es que, como decía muy bien Adela Conchado en su tesis, la innovación no es buena en sí misma. Depende de para qué la utilicemos. Es en el fondo la misma idea de Laudato Si: el conocimiento no es neutro. O, como lo formula Sara, el progreso tecnológico no implica necesariamente progreso social.

Sara además presenta muy bien quizá la mayor deficiencia de muchos enfoques transhumanistas, su olvido, no sé si deliberado o no, pero en todo caso claramente equivocado, y en contra de la evidencia científica, del cuerpo y de su importante papel en lo que nos hace humanos. También plantea alternativas a la mejora tecnológica (aunque a la vez hace preguntarse por la diferencia entre unas y otras).

Finalmente, Sara formula una posible respuesta al transhumanismo, y es la búsqueda de sentido. Sara argumenta que la forma de decidir si el avance tecnológico es bueno o no es buscar su sentido último, y si contribuye a algo positivo desde el punto de vista de nuestros valores o no. Y que la manera de distinguir humanos y máquinas es que las segundas no pueden dar sentido a las cosas.


Sobre la primera parte, diría que quizá echo de menos una crítica más aguda de muchos enfoques tecnooptimistas. Creo que estos enfoques tienen muchas ideas valiosas, pero también muchos sesgos (algunos debidos a la necesidad de justificar el valor de lo que hacen, y aquí me refiero a los de las tecnológicas). También un cuestionamiento mayor de algunos avances. Por ejemplo, ¿por qué es meritorio de por sí alargar la vida más allá de una edad razonable?

Pero la pregunta fundamental que me sigue quedando tras leer el libro tiene que ver con la segunda parte, con las respuestas que plantea Sara. Con si, una vez corregidos los errores del transhumanismo, sólo los humanos podemos realmente buscar el sentido a las cosas. Bajo mi interpretación, Sara mantiene en todo el libro una tensión muy interesante entre lo que le dice la razón, esto es, que la IA podría llegar a adquirir conciencia, porque al fin y al cabo todo tiene una base bioquímica (incluidos esos portales a la trascendencia que plantea) y lo que le dicen las tripas, que no. Que, como dice al final, no es lo mismo...o no puede serlo. Pero, ¿y si sí fuera lo mismo?

Porque creo que en este punto no estamos de acuerdo. Sara propone una cierta definición de consciencia: la emergencia espontánea de las emociones (la autenticidad que llama ella) como la forma de distinguir entre humanos y máquinas, entre realidad y simulación...pero yo no veo una diferencia tan absoluta entre las dos. Sara dice que en el centro de la cebolla, es decir, en el núcleo del carácter humano, quedará siempre la conciencia, la voluntad y la libertad, incluso aunque sea una cuestión de grado. Pero yo no tengo tan claro que estos elementos, si existen, sean únicamente humanos, y que el grado en el que los tenemos sea suficiente para impedir que las máquinas lo repliquen.

Hablemos de la consciencia. ¿Qué es un niño? Un conjunto de células organizadas de cierta manera que, mediante un proceso de aprendizaje, adquiere una serie de habilidades emocionales. ¿Seguro que no podemos replicar ese proceso, aunque sea parcialmente, o aunque sea con mucho tiempo? De hecho, ni siquiera es preciso vivir la experiencia, como bien muestran la experiencias que autoconstruimos y de las que nos autoconvencemos. Si la conciencia tiene una base bioquímica, no hay nada radicalmente distinto que no podamos simular. Y si lo hacemos, ¿cómo distinguiremos humanos de máquinas?

¿Y la libertad? Evidentemente no hay tiempo para plantear el debate, pero...¿realmente existe la libre voluntad?¿O no es más que una ilusión? Esto no es particularmente importante desde el punto de vista práctico, pero sí si esta es la característica que nos debe servir para diferenciarnos de las máquinas.

Yo, la verdad, estoy más con Alan Lightman, cuando dice que la frontera entre lo que podemos considerar natural y lo que no se está disolviendo rápidamente. Y que, como al fin y al cabo todas las invenciones vienen de nuestros cerebros, quizá todo debería ser considerado natural. Lightman concluye, algo a regañadientes, que no parece que haya nada que nos haga esencialmente distintos como seres humanos.

En mi opinión, puede que sólo haya dos cosas, y esto por ahora, en las que quizá nos podamos diferenciar de las máquinas:

- el nivel de complejidad. Parece difícil pensar que las máquinas vayan a ser capaces de replicar la complejidad de la biología humana en términos globales, aunque sí podrán seguramente replicarla en términos particulares. De hecho, ni siquiera la biología propia de los animales presentaría una limitación esencial: podemos construir tejidos orgánicos, y por tanto también las máquinas podrán hacerlos.
- nuestra vida limitada, que es la que da valor a nuestro tiempo, el recurso personal del que habla Sara. Pero, de nuevo, esto quizá se pueda solventar a largo plazo, y es una cuestión de grado.

Así que, ¿qué nos queda? Sólo nos queda el aliento divino, como dice Sara. Pero ese argumento presenta limitaciones insuperables para todos los que no tienen fe religiosa, y por tanto es difícil de generalizar...

Por tanto, todavía queda mucho por reflexionar y escribir sobre el tema. Porque creo que la pregunta fundamental que nos queda por responder es cómo debemos gestionar este futuro transhumano en el que difícilmente (por no decir imposiblemente) podremos distinguir máquinas de humanos. ¿Qué papel tendrán aquí los conceptos de dignidad o de derechos humanos?¿Cuál será la evolución de las religiones?¿Tendremos que dar una nueva interpretación a la espiritualidad? Hace poco le presté a Sara el último libro de Ted Chiang, Exhalation, que recomiendo a todos los interesados en estas cuestiones, porque, igual que el libro de Sara, plantea todos estos temas y hace reflexionar mucho sobre ellos.

ADD: Aquí va otra reflexión muy interesante y sensata sobre neurociencia.

No hay comentarios: