Ricardo Hausmann hace un alegato en favor de la innovación a gran escala, esa que se hace en las grandes corporaciones (y que precisamente en los últimos años se ha dejado de hacer en gran medida). Su propuesta: obligar a los monopolios u oligopolios a que devuelvan parte de sus rentas a la sociedad como innovación, igual que hicieron los famosos Bell Labs, amenazándoles si no con la desinversión forzada. De esta forma, según Hausmann, se podrá construir un ecosistema en el que puedan prosperar las start-ups, que, si no, se quedan colgando de la brocha. Claro, no es igual de fácil para un gobierno gastarse unos eurillos para llevarse la fama y luego dejar que las start-ups se estrellen, que entrar en una negociación dura con las grandes empresas para conseguir esto, ¿verdad?
Curiosamente, justo estos días escuchaba la conversación entre Russ Roberts y Tim Harford en la que Roberts sacaba la idea de Mazzucato: que gran parte de las innovaciones que permitieron el iPhone fueron financiadas por el sector público, y que cuando hubo grandes inventos transformadores, fue gracias a las grandes corporaciones. Ese es precisamente el punto que remacha Hausmann. No que no hagan falta start-ups, o emprendedores como Jobs. Lo que hace falta es el terreno de cultivo que les permita crecer bien. Y eso es responsabilidad del estado y de su capacidad de negociación con las grandes empresas.
La otra opción, claro, es que sea el estado el que haga directamente la innovación (tipo centros públicos de investigación), aunque esto tiene algún inconveniente: básicamente, que las empresas son más eficientes al gastar, y además tienen mejores ideas sobre en qué gastarse el dinero. Una posible solución intermedia es que el estado ponga el dinero mediante préstamos, y las empresas/emprendedores compitan por él, en función del tipo de interés que se ofrezca, de forma que no haya competencia con la posible innovación privada.
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