Estos últimos días he leído un par de entradas en blogs que hacen resonar un tema que siempre subyace al análisis de la energía y el medio ambiente: la necesidad de intervenir en los mercados o no, y, en su caso, cómo hacerlo. No es que no haya cubierto ya este tema otras veces (ver aquí, o aquí), pero es que esto da para mucho, porque no es tan sencillo.
Pongo un ejemplo. Para muchos, el cambio climático (como ejemplo de impacto ambiental) es una razón "de libro" para intervenir en el mercado: externalidad global, imposible de internalizar reasignando los derechos de propiedad...parece que es imprescindible regular para corregir esta externalidad y mejorar la eficiencia del sistema. Pero, como muy bien apunta Lynne Kiesling, primero tenemos que pensar a qué estamos llamando un fallo de mercado, o más bien, cuál es la referencia contra la que lo comparamos (el supuesto mercado perfectamente competitivo). ¿Qué pasa si el mercado perfectamente competitivo no puede existir, por otros miles de problemas? Entonces, quizá, ni siquiera corregir este fallo de mercado arreglará las cosas (ya estaríamos en un second- o third-best). Y lo segundo es compararlo con la alternativa: ¿será la regulación mejor? Porque claro, el fallo del regulador puede ser incluso mayor que el fallo de mercado, y no hay más que ver algunos casos flagrantes (posiblemente causados por lo que digo tres párrafos más abajo sobre el corporativismo).
De hecho, Kiesling va más allá y dice que los fallos de mercado pueden ser acicates para la innovación. A mí se me ocurre un buen ejemplo: la paradoja de la eficiencia energética, el hecho de que los consumidores exijan tasas de rentabilidad más altas a sus inversiones que las que exigirían otro tipo de inversores, crea una oportunidad de mercado muy interesante, que puede hacer que se avance en eficiencia energética y además económica.
Pero una cosa es reconocer esto, y otra ser tan iluso como para creerse que los mercados arreglarán todo, algo que lo que nos trata de convencer Matt Ridley. Y digo iluso porque los mercados perfectos, que él defiende, no existen generalmente. Y menos todavía en los sectores que menciona (energía, transporte, salud pública...). Curiosamente, cita la defensa como uno de los sectores a los que habría que llevar al mercado. Pero si hasta Milton Friedman lo consideraba uno de los pocos en los que había que tolerar la intervención pública...
Es cierto que, como bien dice, hay que distinguir entre libre mercado y corporativismo: de hecho, los que más se oponen frecuentemente al libre mercado, los que más piden regulaciones, son las grandes corporaciones, que son las que más tienen que perder si la innovación les hace perder cuota de mercado (Keohane et al en este artículo antiguo lo explican muy bien).
Pero desgraciadamente, y como ya he mencionado más arriba, hay muchas imperfecciones de los mercados que hacen que, si se dejan libres, sólo nos lleven al resultado opuesto: a más corporativismo, a oligopolios, a engaños a los consumidores...lo de que el mercado representa los intereses de los pobres...es sólo en teoría; en la práctica, sólo en algunas contadas ocasiones en que se dan las condiciones adecuadas, fundamentalmente las relacionadas con la información completa y los costes de transacción.
Conclusión: que, primero de todo, tenemos que ponernos de acuerdo sobre lo que hablamos. El libre mercado no es necesariamente tal en casi ningún caso. Y la regulación no es mágica, al menos en el mundo real de la política. Así que lo que tenemos que escoger es entre mercado con imperfecciones, o regulación con las suyas. O mejor, tratar de aspirar a una regulación sin tantos inconvenientes, o a un mercado sin tantas imperfecciones.
Relacionado con todo esto (es decir, con el papel del mercado, de la regulación, y de las grandes corporaciones) leo un artículo de Naomi Klein titulado "Capitalismo vs. cambio climático". Le pasa un poco como al de Ridley, pero en sentido contrario: aquí se pasa por el lado de la regulación (lo que pide de planifiar más, por ejemplo, es para tirarse por un puente, si nos basamos en las experiencias pasadas de planificaciones públicas). Pero el problema fundamental es que monta su argumento sobre bases políticas, el cambio climático como excusa para el cambio político. Ya mí, la verdad, ese argumento no lo compro mucho. Como ya he dicho alguna vez, el cambio climático es apolítico. Claro que las políticas climáticas pueden tener consecuencias sobre la forma en que se organiza la sociedad (depende de cómo se hagan). Pero, por ejemplo (y es mi opinión personal), me parecen mucho mejores las políticas "de mercado" que las basadas en las obligaciones, racionamientos o demás. Así que en este caso no veo tanta relación entre unas y otras. Veo que Gernot Wagner está de acuerdo conmigo, lo que me deja algo más tranquilo...
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