Cada vez es más habitual, cuando se habla de la transición energética, encontrarse con opiniones del tipo:
Lo fundamental es introducir cada vez más renovables en el sector eléctrico. Como son tan baratas, tendremos una electricidad muy barata también, y además, seremos capaces de producir un hidrógeno súper competitivo. Nos convertiremos en líderes energéticos en Europa, exportaremos electricidad e hidrógeno, nuestras empresas industriales serán más competitivas, y generaremos mucho empleo y valor añadido.
Esta visión la comparten no sólo muchas organizaciones, sino también las principales empresas energéticas del país. No podría ser de otra forma: su negocio es vender, electricidad, hidrógeno, o lo que les dejen. Y si además se hace con ingresos regulados y garantizados, o con dinero europeo, mejor. Así que todos encantados de instalar cuantas más centrales renovables y electrolizadores mejor.
El problema es que, en este discurso que se va haciendo cada vez más compartido, falta, como siempre, la demanda. De hecho, cuando se menciona a la demanda es para hablar de autoconsumo (que en realidad es más oferta). Y la demanda es esencial para que esto funcione:
- Electrificar o convertir a hidrógeno a la industria exige inversiones, muy relevantes también. Hay que cambiar equipos, tecnologías, y procesos. Esas inversiones, ¿quién las va a promover? Porque, al ser en muchos casos tecnologías innovadoras, si no se realizan con las mismas garantías que las inversiones de la oferta, a lo mejor no se producen.
- ¿Cómo electrificamos el transporte? ¿Sucederá espontáneamente, cuando las baterías se hagan suficientemente baratas? Esto puede pasar en el transporte ligero, pero...¿y en el pesado? Sí, es cierto que las pilas de combustible ya están desarrolladas...pero esa es sólo una de las opciones...Por ejemplo, si necesitamos usar amoníaco para transporte marítimo, tendremos que invertir en plantas de conversión; si electrificamos las carreteras, tendremos que desplegar la infraestructura.
- ¿Y los edificios? De nuevo, los avances en las bombas de calor pueden facilitar la transición, pero los precios también tendrán que acompañar (igual que en el resto de sectores) para que los consumidores tomen las decisiones adecuadas. Además, de, por supuesto, los códigos de edificación.
A veces tengo la sensación de que muchos hablan desde su perspectiva de consumidores privados, domésticos, para los que la electricidad supone, o supondrá, una gran parte de su demanda energética. Desde esa perspectiva puede ser aceptable pensar sólo en las renovables eléctricas, y si acaso, en las baterías de los vehículos. Pero los domésticos somos sólo el 30% de la demanda eléctrica, el 10% de la demanda de gas, y el 70% de la demanda de gasolina y gasóleo. Nos falta por lo menos la mitad de la foto.
Si esta demanda que no sale en la foto no se pone en marcha, si no reconvertimos las instalaciones de uso final, ¿qué vamos a
hacer con tanta electricidad e hidrógeno?¿Exportarlos? Eso, la verdad,
no es una actividad de gran valor añadido...sobre todo si el valor añadido y el empleo de una industria que no se ha reconvertido desaparece.
Y por último, si no contamos con la demanda, ¿quién promoverá el ahorro energético? Este sigue teniendo mucho
sentido, no ya para evitar emisiones en un contexto descarbonizado, pero
sí para evitar costes y consumo de materiales. Y, como siempre, las
empresas generadoras no tienen el más mínimo interés en que ahorremos,
todo lo contrario.
En conclusión: si nadie defiende los intereses de la demanda, la transición energética será una gran oportunidad para que algunos inversores y empresas ganen mucho dinero; pero no para descarbonizar todo lo necesario, ni para trasladar las oportunidades económicas a toda la sociedad.