Copio aquí mi último artículo en Twenergy:
Esta reflexión acerca de la nueva estrategia de E.On me recuerda a un debate que viene de largo, pero que no por ello sigue siendo menos relevante: los incentivos de las empresas eléctricas tradicionales para involucrarse en actuaciones de eficiencia energética o de generación distribuida.
Y es que, la verdad, no parece que tengan muchos. Como dicen en el artículo citado, no parece posible gestionar bien una empresa en la que hay dos negocios que apuntan a direcciones radicalmente distintas. Si ya consideramos las renovables como divergentes del objetivo tradicional de las empresas, qué no se podrá decir de actividades con las cuales lo que se reduce es la demanda del producto que vende la empresa, y también sus beneficios…
Y sin embargo, tradicionalmente se ha encargado a las empresas tradicionales que realicen, o incluso financien, las actuaciones de eficiencia energética. Esto se puede ver de dos maneras. Algunos dicen que es poner al lobo a vigilar a las ovejas, y que esto lo único que hace es reducir el potencial de ahorro, al poner a hacerlo al que no tiene ningún interés para ello. Otros en cambio se fijan más en la incoherencia de hacer que las empresas se ataquen a sí mismas. El caso es que ninguna de estas dos maneras de verlo justifica la manera habitual de enfrentarse al problema. Y así es como se ha llegado, al menos en Europa, a que se trate de impulsar a las ESEs como agentes de cambio distintos, con los incentivos adecuados.
Pero ni por esas. El negocio de las ESEs sigue sin despegar, en parte también por las propias barreras de la regulación y de los incentivos empresariales. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Volvemos a pensar en las empresas tradicionales? No parece muy recomendable, ¿no? Pues depende de dónde pensemos que está el futuro del sector energético.
Si el futuro de la energía está en el ahorro y la eficiencia, y en la generación distribuida, es decir, en un enfoque mucho más centrado en el consumidor final y en la creación de valor para este último, no parece que el modelo de negocio convencional vaya a tener una larga vida. Porque la creación de valor para el cliente pasa por permitirle satisfacer sus necesidades energéticas de la forma más sostenible posible (lo que por supuesto incluye el aspecto económico), y eso supone venderle energía, pero también ayudarle a ahorrarla. Y eso no se puede hacer si dentro de la empresa estas dos actividades están enfrentadas.
Aquí es donde resulta interesante la estrategia de E.On, que abandona los combustibles fósiles y de esta forma trata de reinventarse para hacer desaparecer los conflictos entre tecnologías, o la esquizofrenia dentro de la empresa. Otra manera de reinventarse es poniendo al cliente en primer lugar, y a la venta de energía después. Es decir, convirtiendo a las empresas tradicionales en ESEs. O, de otra forma, haciendo de la necesidad virtud. Porque, ¿cuál será el futuro de las empresas energéticas que no se reinventen de esta forma?
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