Artículo de Mariano Marzo en La Vanguardia. Aquí está el final del artículo, porque el último párrafo es el interesante:
¿Qué podría hacer España para reducir su parte de esta sangría? Tiene tres opciones: priorizar la eficiencia y el ahorro, potenciar las fuentes energéticas autóctonas, como las renovables, y apostar a fondo por la nuclear.
Como saben, la última opción está hoy descartada. Sobre las renovables, la Asociación de Productores (APPA) calcula que la generación de electricidad mediante estas fuentes supuso en 2008 un ahorro en importación de combustibles fósiles cercano al 0,25% del PIB (2.725 millones de euros). Este ahorro, junto al impacto económico positivo asociado a la reducción de emisiones de CO2, queda absorbido por las primas recibidas por el sector, sobre cuyo cargo, monto y destino final existe en la actualidad una viva controversia.
Las renovables crean empleo, generan nuevas actividades industriales, mejoran la seguridad de suministro y permiten plantar cara al cambio climático. Pero, sin renunciar a estos logros, la prioridad debería ser la eficiencia. La AIE considera que corregir las actuales tendencias insostenibles del modelo energético de la UE requiere inversiones para el periodo 2010-2030 cercanas a 1,24 billones de euros, de los cuales un 62% correspondería a mejoras de la eficiencia, un 21% a renovables, un 8% a la captura y el secuestro del carbono, un 5% a la nuclear y un 4% a los biocarburantes.
Las cifras expuestas sugieren que los incentivos para fomentar la actividad empresarial y la I+D en el ámbito de la eficiencia y el ahorro tendrían que superar ampliamente los destinados a la producción a partir de renovables.
Efectivamente, si la prioridad es la eficiencia, nos tendríamos que estar gastando mucho más dinero en promocionarla que en apoyar las renovables.
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