martes, 4 de junio de 2019

¿Cuánta eficiencia energética es la óptima? No la máxima.

Sigo con un debate que tenemos en España y que se replica en USA. En alguna ocasión he defendido que la cantidad de eficiencia energética que debemos lograr (y por ello incentivar) no es la máxima, sino la óptima, es decir, la que resulta en el máximo beneficio social (incluyendo por supuesto cuestiones no solo monetarias). Igual que el objetivo no debe ser necesariamente eliminar totalmente la contaminación, porque esto tiene un coste que debe compararse con el beneficio social de hacerlo.

Esto se traslada muy directamente a la discusión sobre cómo deben estructurarse las tarifas energéticas. Yo siempre he defendido, siguiendo a Ignacio, que la tarifa se debe calcular en función de sus costes subyacentes (incluidos por supuesto los ambientales o de otro tipo). Y si los costes son fijos, habrá que trasladarlos a un término fijo, y si son variables, a un coste variable. Así los consumidores, idealmente (algo que no siempre sucede), responderán a estas señales optimizando tanto su término fijo como su término variable.

En cambio, hay gente que defiende que, si hacemos esto, y al menos comparando con la situación actual, el coste variable bajará (en un contexto en el que el sistema cada vez tendrá más coste fijo), y por tanto la gente ahorrará menos energía. Mi argumento en este punto es que, precisamente, la gente ahorrará en potencia (que es la que da origen al coste fijo) y no en energía (que tiene un coste muy pequeño, también en términos ambientales, si es renovable). Y eso puede ser precisamente lo óptimo, porque, como siempre, nada es gratis, y el dinero que gastamos en una cosa (por ejemplo, en más eficiencia de la óptima) es dinero que no gastamos en otra, quizá con mayor beneficio social.

En todo caso, y a lo que iba: Jim Bushnell explica todo esto mejor que yo.


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