Este es uno de esos post de autobombo: Bill Nordhaus,
posiblemente uno de los expertos más reconocidos de la economía de la energía y
del cambio climático, hace
esencialmente la misma crítica que hacía yo a la encíclica Laudato Si (eso sí, de
manera mucho mejor formulada y con más autoritas J).
Así que, claro, esencialmente estoy de acuerdo en casi todo lo que dice, sobre
todo en lo de la oportunidad perdida.
Pero hay un punto en el que no estoy de acuerdo, o que al
menos creo que Nordhaus podría haber matizado mejor. Dice Nordhaus:
“But the growing peril of climate change and many other environmental problems arises primarily not from unethical individual behavior such as consumerism or cowardice, bad conscience or excessive profiteering. Rather, environmental degradation is the result of distorted market signals that put too low a price on harmful environmental effects”.
Creo que aquí Nordhaus cae en un error bastante habitual
entre los economistas ortodoxos, el considerar que el mercado debe ser el que
guíe nuestros actos, o dicho de otra forma, que el mercado es moralmente correcto. En el fondo, Nordhaus propone que abdiquemos de nuestra
responsabilidad moral como consumidores y ciudadanos y se la pasemos al mercado, porque el resultado será mejor.
Pero esto es en mi opinión un error: el mercado no tiene
personalidad, son los agentes los que lo crean. El mercado es un medio, no un fin. Y por tanto no es más correcto moralmente que los agentes que lo constituyen. Si todos los consumidores nos
comportáramos éticamente no haría falta corregir las externalidades, porque
estas no se producirían. En este sentido, creo que cae en el mismo error que
condena de la encíclica, confundir causas y efectos, o fines y medios. La causa
de los problemas que menciona es el comportamiento poco ético (de las empresas,
o de los consumidores), y su consecuencia es la externalidad. Por supuesto
podemos tratar de corregir la consecuencia mediante el mercado (con un precio a
las emisiones, por ejemplo), y además con ello podemos hacer que los que no
obrarían correctamente lo hagan (como en la cita de Adam Smith), pero eso no
significa que el verdadero culpable no sea el comportamiento poco ético de la
empresa o del consumidor, que es el que ha creado el problema original.
Además de esto,
también hay que tener en cuenta que, como bien dice Okun, al que cita
Nordhaus, el resultado del mercado no es necesariamente justo (incluso aunque
sea eficiente). Y si el resultado no es justo o moralmente correcto, no podemos
quedarnos tan tranquilos simplemente siguiendo sus reglas. Por ejemplo, ¿qué es
beneficio excesivo para el mercado?¿Qué es consumismo? El mercado no puede, por
naturaleza, definir esto, y por tanto puede incentivar este tipo de
comportamientos sin perseguirlo (y sin evitarlos). Sí, tenemos forma de poner
precio a las emisiones excesivas, pero, ¿cómo castigar el consumismo excesivo?
Si el mercado nos indica que compremos barato, aun sabiendo que eso perjudica a
los más pobres, ¿debemos hacerlo? Si el mercado expulsa a los que han tenido
menos suerte en la vida, ¿debemos permitirlo?
Y por último: recordemos que cualquier mercado de bienes
ambientales es un mercado regulado, no natural. Es un mercado que se crea a
partir de una condición política, sea un precio para el bien ambiental o una
restricción (como un cap a las emisiones) que genera un precio. ¿Debemos dar a este
precio o restricción, determinado no necesariamente por procesos totalmente
democráticos y menos aún moralmente correctos, un valor absoluto? Como decía
antes, ¿debemos delegar nuestro comportamiento moral en este proceso? Yo creo
que no: de nuevo, la clave es que la mayor cantidad de agentes posibles se
comporten correctamente, independientemente de lo que diga el mercado.
PS: Por cierto, que no sé si para dejar claro que ellos no
siguen al Papa J,
pero China acaba de anunciar un mercado
de emisiones nacional (los que tenían hasta ahora eran regionales)
No hay comentarios:
Publicar un comentario