viernes, 2 de junio de 2023

El decrecimiento o el día de la marmota

Primero de todo me gustaría dar las gracias a Álvaro y Checa por revisar una primera versión de esto. Por supuesto, la responsabilidad de los errores sigue siendo totalmente mía. Segundo, pido paciencia a los lectores, porque la cosa me ha salido larga.

Estos días hay una conversación interesante en LinkedIn, iniciada por Javi Revuelta, acerca del decrecimiento (sobre el que he escrito otras veces), inspirado por esta conferencia BeyondGrowth. Así que he pensado que no venía mal resumir algunas de mis ideas sobre el tema, por si en algún momento alguien se anima a financiar una investigación seria sobre el asunto, tal como pide el propio Javi :).

Comencemos con dos ideas que a mí al menos me sorprende que aún se sigan discutiendo (por ahí lo del día de la marmota):

          Que el consumismo está detrás de muchos de los problemas ambientales que sufrimos creo que no lo duda nadie sensato. Para no irnos muy lejos, la identidad de Kaya, y su análisis en los últimos informes del IPCC, lo dejan bien claro. Por supuesto, el crecimiento de la población también juega su papel…aunque es previsible que, a futuro, la población reduzca su influencia y el consumismo la aumente. Y todo esto independientemente del nivel de circularidad (más sobre esto luego). Hablo de consumismo y no de producción porque al final, lo que crea los problemas es el consumo…aunque a veces ese consumo está estimulado por los productores.

          Que el PIB no es ni mucho menos un buen indicador de bienestar, también lo sabemos desde hace mucho tiempo (de hecho, desde que Kuznets se inventó este indicador). No sólo porque incluye cosas que no aportan bienestar (como el gasto innecesario, sólo hay que recordar lo de la ventana rota), sino porque no incluye cosas que sí lo aportan.

Por lo tanto, desde hace tiempo sabemos que claramente necesitamos, si queremos controlar el cambio climático y otros problemas ambientales o de recursos, reducir nuestros niveles de consumo (tanto per cápita como a nivel agregado, tratando también pues de reducir el crecimiento demográfico global por vías aceptables - como la educación de las mujeres). A todo esto evidentemente ayuda el dejar de utilizar el PIB como referencia única de bienestar. Esto como decía ya lo ha explicado mucha gente de distintas orientaciones y disciplinas, desde Solow a Georgescu-Roegen o Daly, etc., y más recientemente Coyle o Jackson. Raworth, con su economía del donut, ha hecho seguramente la contribución más visualmente afortunada y conocida. Incluso nosotros hemos hecho alguna modesta contribución al marco de análisis. Lo malo es que ninguno de ellos nos dice cómo lograr esta reducción de consumo de forma políticamente factible.

Una primera opción que parece estar en la agenda de algunos de los más vocales en este tema es el abandono del modelo capitalista, sustituyéndolo por un modelo mucho más centralizado y controlado por un Estado benefactor. A este respecto, me gustaría recordar que, en principio, el modelo mixto de mercado (la versión del sistema capitalista que tenemos en muchos países europeos) no es necesariamente incompatible con una reducción del consumo (o con un modelo de “suficiencia” y no de crecimiento ilimitado, como nos contaron Arrow o Sen) o con el uso de indicadores distintos al PIB: todo depende de cómo se defina el valor que crea el mercado; dicho de otra forma, de si se internalizan todas las externalidades, y se definen políticamente las incompatibilidades entre los distintos tipos de recursos (por ejemplo, hasta qué punto son sustituibles o no los recursos ambientales y económicos), o los límites no sólo físicos a los mismos. También desde hace mucho sabemos que para que un sistema económico asigne bien los recursos la clave es la escasez y el coste de oportunidad (con las externalidades bien internalizadas, por supuesto), no los deseos ilimitados ni la maximización de beneficios. Nótese por supuesto que un sistema con planificación central también tendrá dificultades para asignar bien los recursos al no recibir buenas señales de escasez o incentivos). El promover un mayor peso de los servicios públicos (que no niego que pueda tener ventajas en algunos ámbitos) tampoco asegura que reduzcamos el uso de recursos.

En todo caso, independientemente del sistema que elijamos para guiarnos, hacer evolucionar nuestro sistema mixto hacia una economía de suficiencia no es nada sencillo. Hay muchos problemas, que podemos clasificar en dos grandes categorías:

La primera categoría es seguramente la más visible o intuitiva: hay muchos agentes que no tienen ningún interés en que cambie el modelo. Por ejemplo, a ninguna de esas compañías energéticas o industriales que presumen de estar incluidas en los rankings de sostenibilidad las he visto apoyar la reducción de los consumos, salvo que sea el de la competencia…su impulso sostenible se limita a vender mejor su producto que el de los “sucios”; a los financieros que venden activos o inversiones “sostenibles” les preocupa poco si lo son o no, más allá de que alguien lo acredite, y se vendan…El greenwashing está muy extendido, y es muy difícil luchar contra él: no podemos esperar que ninguna empresa renuncie voluntariamente a vender sus productos, la única forma de hacerlo es convencer a los consumidores de que no los compren, y para eso necesitan información que muchas veces no tienen y señales económicas que también faltan (a esto, como bien me señala Álvaro, puede contribuir las tecnologías digitales, para bien o para mal…). Esto por supuesto es un motivo importante para que haya gente que defienda abandonar el modelo capitalista…

La segunda categoría es más compleja: incluso sin que intereses particulares lo bloqueen, llegar a una economía del “steady state”, como decía Daly, o a ese post-crecimiento que se llama ahora, no es tan sencillo sin sufrimiento por el camino (y quizá también al final de él).

          La primera dificultad está en decidir cuál es el indicador adecuado, o el nivel apropiado de consumo “suficiente” para nuestro bienestar sin comprometer otros recursos. De nuevo, en un sistema centralizado, esto lo elige el Estado, mediante algún sistema de planificación ultra-compleja. ¿Lo haría bien, sobre todo teniendo en cuenta las incertidumbres, y los fallos del regulador? En un sistema de mercado (descentralizado) la clave es el indicador, que ha de ser eficiente en trasladar las señales económicas, y que como cualquier indicador multidimensional no puede definirse “objetivamente”, sino mediante la participación pública bien informada.

          La segunda dificultad es que, en muchos países, el empleo que hay que generar para una población joven en crecimiento (p.ej. en África) va asociado normalmente a un crecimiento de la actividad económica (y del consumo de recursos, especialmente en un sistema económico lineal). En este sentido, hay que recordar que este debate del decrecimiento es uno fundamentalmente de países ricos, de gente que ya tiene bastantes cosas resueltas en la vida; pero cuando la vida no es tan fácil, o el Estado no está para proveer, y la población sigue creciendo, la respuesta no es tan sencilla.

          Incluso en los países desarrollados, el reducir el nivel de consumo no es sencillo: si baja el consumo, también baja la producción/actividad, y por tanto el empleo (o los salarios). Es cierto que con niveles de consumo menor no debería hacer falta un salario igual…salvo que nos dediquemos tipos de ocio que no reducen el consumo (un ejemplo son esos vuelos de fin de semana tan populares). Así que, si queremos reducir nuestro consumo, también debemos aceptar reducciones en los salarios (nominales, pero seguramente también reales durante la transición). En este sentido, la semana de 4 días no necesariamente contribuye a esto, más allá de que pueda ser interesante para algunos. Tampoco, llevado al extremo, soluciona este problema una sociedad en la que los robots trabajan y los demás nos dedicamos a lo que queramos (con una renta básica universal): los consumos podrían ser iguales o mayores, los hagamos nosotros o los robots. Otra hipótesis: Si desincentivamos mediante impuestos el consumo (de todo), realmente sería equivalente a reducir los salarios, con lo que estamos igual que antes (aunque con mayor recaudación del Estado, que puede tener alguna ventaja si se usa bien). Otra posibilidad que se maneja en algunos ámbitos es subir los impuestos a los ricos para que financien y compensen esa reducción de salario de las clases medias y bajas. Pero, de nuevo, ya estamos igual que antes: al compensar el salario, volvemos a consumir.. Es cierto que en principio estaríamos mejor que antes, al ser nuestro consumo menos intensivo en materiales o impactos ambientales (desincentivados), pero menos intensivo en términos relativos no quiere decir necesariamente menos intensivo en términos absolutos. De nuevo, la única solución pasa por menos renta, menos consumo; no necesariamente menos bienestar (si ese bienestar lo derivamos de actividades que no consuman recursos), pero sí un cambio cultural con una transición fastidiada. [Por supuesto, estas cosas pasan porque tenemos unos niveles de población muy elevados: en un mundo con 500 millones de personas nos podríamos permitir enfoques más micro o locales como los planteados por algunos defensores del decrecimiento...pero con los que somos, la cosa no es tan sencilla incluso aunque la población no crezca].

          A este respecto, un tema también complejo es cómo gestionar esta transición, esta reducción de actividad, desde el punto de vista de un sector financiero que necesita el crecimiento para alimentarse…las soluciones que se han planteado de economías locales, en las que no se puede "especular" con el dinero, tienen muchas limitaciones para una inversión que también es muy necesaria.

          Hablaba antes de la circularidad, una de las grandes promesas: la circularidad, puede ayudar bastante si se hace bien, es decir, si sirve para reducir consumos. Pero no ayudará si mantenemos o aumentamos el consumo con la promesa del reciclaje, un reciclaje que es termodinámicamente imposible o no recomendable en una gran cantidad de situaciones (ese famoso segundo principio de la Termodinámica…). La economía compartida, otra de las grandes promesas, tampoco ayuda necesariamente (da igual compartir coche si al final lo que dirige la construcción de un nuevo coche es el número de km recorridos).

          Por último, otra dificultad es cómo combinar este proceso que parece que es complicado dejar al mercado con los incentivos adecuados para la innovación tecnológica, que, aunque no nos vaya a salvar por sí misma, sí nos puede ayudar y mucho (como ya ha hecho en el pasado). De nuevo, los sistemas muy centralizados no son particularmente buenos para esto (tampoco los mercados en competencia salvaje).

En cualquier caso, en lo que doy la razón a Javi es que este tema debería hablarse más, sin posiciones fundamentalistas (porque ninguna nos llevará a ningún sitio bueno). Algunas cosas ya sabemos cómo hacerlas, por ejemplo internalizar externalidades (otra cosa es que queramos, o que sepamos manejar bien el elemento distributivo asociado). En algunos países hemos conseguido desacoplar algo el crecimiento, aunque seguramente no será suficiente. Para mí, en especial, habría que hablar, e investigar, sobre cómo de posible es lograr alimentar y dar empleo y bienestar a la población sin aumentar el uso de recursos, tanto en países ya desarrollados como en aquellos que todavía tienen camino por recorrer. Sobre cómo podemos aumentar el bienestar, o al menos mantenerlo, y repartirlo bien, sin consumir más. Sobre cómo gestionar el potencial decrecimiento sin revueltas sociales o sin colapsos financieros. Muchos temas para una agenda de investigación fundamental.

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