Después de una prolongada ausencia debido a múltiples líos (fundamentalmente este y este), vuelvo al blog con una historia personal.
Ayer iba al aeropuerto de Barajas, y el taxista me pregunta: ¿quiere ir por el peaje, o por el atajo? Yo normalmente digo que por el peaje, porque se tarda menos, y además, sobre todo, porque es más barato: el coste del peaje es inferior al del taxímetro al dar la vuelta adicional que supone no pasar por el peaje. Pero el taxista me informó esta vez de que el peaje no está cubierto por la nueva tarifa fija para ir al aeropuerto, así que, claro, le dije que no fuera por el peaje, sino por el atajo (que sorprendentemente existe para saltarse el peaje y que, claro, antes no cogía ningún taxista porque no le interesaba).
El resultado: más gasolina gastada y menos uso del peaje (que es un coste fijo), vamos, menor eficiencia social. Éste es un buen ejemplo de cómo las regulaciones a veces tienen consecuencias inesperadas. Y de cómo, en este caso particular, un estándar resulta en un mayor gasto social, básicamente a través de una desalineación de los incentivos de los distintos agentes. Y de hecho puede hacer perder bastantes ingresos a la concesionaria del peaje.
Y eso sin hablar de la falta de eficiencia en general de una señal de precio fija, que incentiva más a usar el taxi a aquellos cuyo desplazamiento es más largo, y en cambio a mi, que vivo cerca del aeropuerto, me incentiva a usar el tren, con lo que, al final, los taxistas saldrán perdiendo...
Por supuesto, esto hay que ponderarlo con las ventajas de la tarifa fija: menos timos a los turistas, y más certidumbre en los desplazamientos. Pero no tengo claro que compense...
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