En general, malas: en lugar de lograr una reducción efectiva, Mathias Reynaert nos muestra cómo las empresas respondieron trasladando las mejoras tecnológicas (que sí existieron) a mayor peso (SUVs) y mayores prestaciones. Si hubieran usado la tecnología para reducir de verdad las emisiones, hubieran sido capaces de cumplir con la regulación. Como no lo hicieron, tuvieron que recurrir a los trucos (o directamente trampas en algunos casos) de cumplir con las emisiones en el laboratorio pero no en la realidad. Reynaert nos cuenta cómo la diferencia entre las medidas reales de consumo y las de laboratorio aumentaron hasta en un 60% (desde un 20% en el 2006). Es decir, que la mayor parte de las mejoras de consumos (que también hubo) fueron falsas. Y, añado yo: si los fabricantes engañaban (conscientemente o no), esto también hacía que los consumidores, que estaban dispuestos a pagar algo más por una reducción de consumos teórica, perdieran parte del ahorro (que se apropiaban los fabricantes).
Esto evidentemente supone que la evaluación de las políticas debe incluir esta diferencia. Reynaert encuentra que, a pesar de todo, la regulación fue positiva. pero que hay elementos claramente mejorables. Uno (del que ya hemos hablado otras veces) es lo de que el objetivo de emisiones dependa del peso del vehículo (lo que claramente beneficia a los coches más potentes y pesados). Otro, por supuesto, es el tema de los tests: mejores tests hubieran supuesto más mejoras en el bienestar.
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