Lo primero que hay que decir es que este libro deberían leerlo todos los estudiantes de doctorado que vayan a dedicarse a la energía. Creo que es una referencia obligatoria para todos los que trabajamos en este área, porque sitúa la energía en su contexto histórico, geográfico, humano, y económico, y de esta forma ayuda a situar nuestra investigación en un marco más amplio. Y además, con el punto de humildad necesario. Como dice Smil al final (p.417), no hay que exagerar el poder explicativo de la energía en el desarrollo de la historia. Quizá por eso el libro tampoco ofrece soluciones para el futuro…
Eso no quiere decir, por supuesto, que no haya una relación muy estrecha entre la energía y el desarrollo económico:
To talk about energy and the economy is a tautology: every economic activity is fundamentally nothing but a conversion of one kind of energy to another, and monies are just a convenient (and often rather unrepresentative) proxy for valuing the energy flows.
At the same time, energy flow is a poor measure of intellectual activity; education certainly embodies a great deal of energy expended on its infrastructures and employees, but brilliant ideas (which are by no means directly related to the intensity of schooling) do not require large increases of the brain’s metabolic rate.
This obvious fact explains much of the recent decoupling of GDP growth from overall energy demand; we impute much higher monetary values to the nonphysical endeavors that now constitute the largest share of the economic product.O entre la energía y la organización social:
All natural processes and all human actions are, in the most fundamental physical sense, transformations of energy. Civilization’s advances can be seen as a quest for higher energy use required to produce increased food harvests, to mobilize a greater output and variety of materials, to produce more, and more diverse, goods, to enable higher mobility, and to create access to a virtually unlimited amount of information. These accomplishments have resulted in larger populations organized with greater social complexity into nation-states and supranational collectives, and enjoying a higher quality of life.Teniendo como objetivo desarrollar esa relación, el libro es un verdadero tour de force acerca del uso de la energía por nuestras sociedades a lo largo del tiempo. Extremadamente minucioso, a veces incluso duro por el nivel de detalle con el que Smil nos cuenta por ejemplo el gasto en energía asociado al trabajo humano o animal, la parte más amena comienza con la historia de los combustibles fósiles. Ahí es cuando arranca la primera de las grandes transiciones energéticas, y que nos ha llevado a la situación que resume muy claramente en las páginas 295 y 296:
La civilización moderna depende el uso de enormes reservas de energía, algo que le ha permitido lograr tremendos avances en la producción de alimentos, ha resultado en una rápida industrialización y urbanización (que no hubiera sido posible sin combustibles fósiles), en la expansión y aceleración del transporte (Smil señala además al transporte en vehículo privado como uno de los elementos más transformadores de la era moderna), y en un crecimiento aún más impresionante de nuestras capacidades de información y comunicación. Todo ello se ha combinado para aumentar el nivel de vida de la gran mayoría de la población, y eventualmente, llevarnos a las actuales economías de servicios muy intensivas en energía.
Pero, a la vez, esto ha traído unos cambios cuya persistencia puede poner en peligro las mismas bases de la civilización moderna. La urbanización, que ha promovido los avances tecnológicos, también es un factor clave en el deterioro del medio ambiente y en la creciente desigualdad económica. También ha aumentado la capacidad destructiva de las naciones. El desarrollo de armas nucleares ha creado, por primera vez en la historia, la posibilidad de si no destruir por completo, sí en gran medida, nuestra civilización. Y todos estos cambios ya son globales, y amenazan la sostenibilidad de los efectos positivos antes mencionados.
El problema es que Smil no ve solución sencilla. Incluso aunque, como bien señala(p.269), el elemento más común en la historia de la energía es el error a la hora de predecir desarrollos futuros, Smil sí se atreve a decir que no ve alternativas para los fósiles asequibles a gran escala para el transporte, las materias primas (plásticos o fertilizantes), o la producción de acero. Yo creo que aquí es quizá algo pesimista de más, dadas las posibilidades que la electrificación parece abrir para descarbonizar estos procesos…También creo que se sitúa en el pesimismo cuando dice que la globalización ha supuesto que los patrones de consumo y producción más contaminantes se hayan extendido por todo el planeta. Pero en cambio es muy realista cuando afirma que, hasta ahora, hay algo que no ha cambiado: a pesar de todos nuestros avances tecnológicos y en eficiencia, seguimos sin usar la energía de forma racional. Y el uso de vehículos en las ciudades es su ejemplo preferido. Y otra cosa que tampoco ha cambiado es el uso masivo de biomasa poco eficiente y contaminante, sobre todo en países en desarrollo, debido a la falta de acceso a fuentes modernas de energía.
Su conclusión es que, hasta ahora, las características principales del desarrollo humano han sido la expansión y la creciente complejidad. ¿Seremos capaces de cambiar estas tendencias, continuando la evolución humana sin aumentar el consumo de energía de forma que vivamos dentro de los límites del planeta, y ello sin reducir el nivel de vida y sin reducir la población, sin afectar a la movilidad social y económica?¿Llegará alguna tecnología salvadora? Smil no lo ve claro. Y no tanto por que nos quedemos sin combustibles fósiles. Antes, como ya decía John Holdren, nos freirá el cambio climático.
3 comentarios:
Holdren está equivocado. El aumento paulatino en el costo de desarrollo y extraccion de combustibles fosiles a medida del tiempo lleva a una inevitable reducción en las emisiones. Smil es un señor muy inteligente, y tiene muchísima razón en casi todo, pero esto es peor de lo que el se imagina, porque el problema de la energia marcha al mismo tiempo que la sobre población, y se esta invirtiendo mucho en cosas equivocadas (paneles solares en Alemania es un buen ejemplo).
Gracias Pedro, por la interesantw reseña. Creo que lo único que nos puede salvar de ser fritos es que surja una inteligencia social que tome decisiones de manera racional, optimizando el uso de los recursos actuales de manera sostenible y teniendo en cuenta las necesidades reales de toda la población, no sólo de los que detentan esos recursos. Para eso haría falta: Educación sobre qué significa vivir en este planeta (como siempre, lo más perentorio) y fortalecer la democracia para que las personas se sientan más involucradas en su toma de decisiones diaria (acción-reacción). En defecto de lo anterior, una fiscalidad que permita penalizar los usos energéticos ineficientes y distribuir los ingresos fiscales para compensar a los más afectados por el cambio climático (que son, generalmente agentes pasivos del mismo). ¿Tenemos tiempo? Mejor: ¿Existe voluntad real de frenar el cambio climático? Vivmos inmersos en un sistema económico basado en el consumismo compulsivo, exacerbado por la comodidad del comercio electrónico, donde la economía circular aún pesa poco, la huella de carbono poco internalizada en los precios...Para colmo, grandes naciones eligen a líderes populistas que reniegan del cambio climático o lo eluden defendiendo, ante todo, los intereses nacionales, sin comprender que ya todo es global (efecto mariposa). No sigo, que voy a ser más pesimista que el propio Smil...Haciendo un ejercicio de imaginación : ¿Cómo movilizamos a la sociedad sobre estos temas, cómo llamamos su atención sin caer en el fatalismo para que sea sexy vivir de una manera más sostenible, redefiniendo el concepto de bienestar? Ahí lo dejo ;)
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