Hace unos días estuve en Budapest, invitado por REKK a participar en un evento muy interesante sobre PPAs, CFDs, y demás instrumentos de contratación a largo plazo. Más sobre eso en una próxima entrada.
Pero el caso es que tuve conversaciones muy interesantes con varios húngaros acerca de su situación política, y de las cosas que están pasando actualmente por allí. Casi ninguno de ellos (como según parece el 80% de los habitantes de Budapest) comparte las políticas de Viktor Orban, pero todos le reconocen un instinto político tremendo (alimentado por muchos recursos de análisis de la realidad social, que le sirven para cambiar sus mensajes si hace falta); y también una gran efectividad a la hora de gestionar la economía y de ponerla al servicio del gobierno (para crear empleo y dar estabilidad, que es lo que valoran fundamentalmente sus votantes). Una muestra de ello es su apuesta por las baterías eléctricas, con varios fabricantes ya construyendo fábricas en el país. Unas baterías que, a su vez, serán montadas en las plantas húngaras que Mercedes, Audi o BMW van a dedicar a los vehículos eléctricos, o en los autobuses de BYD.
¿Y qué tiene Hungría que no tienen otros países que también querrían este tipo de inversiones? Pues (además del acceso al mercado europeo, claro), fundamentalmente, por lo que parece, un apoyo gubernamental que no se detiene en potenciales problemas ambientales, un impuesto de sociedades muy bajo, y poca burocracia. Está claro que algunas de estas características no son en absoluto deseables, pero, ¿se puede tener las buenas sin las malas? ¿O va en un solo paquete, como también podríamos decir de China, o de Singapur en sus tiempos? Y, si va en un sólo paquete, ¿qué hacemos donde queremos mantener el respeto por el medio ambiente o una cierta democracia?
Muy relacionado: lo que está pasando en Francia.
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