En los últimos tiempos cada vez se habla más de que la transición climática/energética está en riesgo. Las protestas de los agricultores europeos, las actitudes y posicionamientos de determinadas empresas, los avances de los partidos negacionistas o escépticos en las elecciones al Parlamento Europeo, o la potencial victoria de Donald Trump se interpretan como posibles barreras a la transición. ¿Son esas las únicas amenazas para una transición efectiva, eficiente y justa? Creo que hay alguna más, y en este artículo me gustaría repasarlas.
Vaya por delante que la amenaza “tradicional”, el negacionismo, al menos en su estado puro, creo que ya es marginal. Sí, todavía queda algún “chalao” que se empeña en negar la evidencia (por supuesto, no incluyo aquí a los pagados por las compañías fósiles, que son otra cosa). Pero la física y en general la ciencia del cambio climático, con todas sus incertidumbres, dejan mensajes muy claros sobre las bases físicas del cambio climático, la influencia de los humanos en él, y los posibles escenarios si seguimos emitiendo gases de efecto invernadero, en particular sobre los daños que sufrirán los países más pobres, que son precisamente los que menos culpa tienen de todo esto, y los que menos recursos tienen para protegerse.
Esto, claro, no quiere decir que todo esté resuelto o que como he dicho antes no haya incertidumbres. Sobre todo respecto a las consecuencias para los países desarrollados, cuya capacidad de adaptación es mayor. Tampoco está claro, porque es difícil que lo esté dada la incertidumbre inherente, el balance que debe encontrase entre actuar con la mayor urgencia o esperar a tratar de hacer competitivas las tecnologías que necesitamos (nótese que no son excluyentes). Más sobre esto después.
Pero, en todo caso, creo que nadie en su sano juicio (y con buen interés) puede cuestionar o cuestiona la necesidad de avanzar de forma efectiva en la descarbonización de nuestras economías. Las amenazas actuales vienen de dos posiciones más matizadas, pero que creo igual o más peligrosas que ese negacionismo cerril.
1. El buenismo
Creo que la principal amenaza ahora mismo, aunque no lo parezca, es el buenismo. Y creo que es la más importante porque es la posición más frecuente de encontrar ahora mismo en muchos países desarrollados: le contamos a la sociedad que hay que hacer la transición, pero que no se preocupe, que no nos va a costar nada, que vamos a pagar menos por la energía, que los coches eléctricos van a ser competitivos ya, y además, que esto va a ser una fuente de empleo y de bienestar como nunca lo habíamos conocido; tras las estrategias fallidas antes como la de Lisboa, esta es la oportunidad que necesitábamos en Europa (o en EEUU) para recuperar nuestras economías, crear empleos de calidad, trabajar menos horas, y tener mejores servicios. Y que todo esto, cuanto más rápido lo hagamos, más beneficios nos traerá. Eso sí, ni hablar de impuestos u otros instrumentos para acelerar la transición, que hacen daño: mejor ayudas exclusivamente, financiadas por más impuestos a los ricos.
Pero, de repente, los consumidores/votantes, que no son tan tontos como algunos creen, se dan cuenta de que las cosas no están saliendo como nos decían. Sí, que por supuesto que los beneficios de la transición van a compensar los costes, y sobre todo para las futuras generaciones…pero resulta que el empleo que íbamos a generar con las fábricas de coches eléctricos, o con las baterías, se lo lleva, como siempre, los chinos. Que nos venden sus coches eléctricos a un precio no tan barato (en parte porque todos los fabricantes se empeñan en vendernos SUVs que no necesitamos, pero que a ellos les dejan más margen, en parte por los aranceles que ponemos para que no se coman a la industria doméstica), con lo que sólo los más ricos se lo pueden permitir (llevándose de paso las ayudas públicas para ello). O que nos venden sus paneles solares con los que producimos una energía que resulta que no es más barata que la de la red con tantos precios cero o negativos. O que los electrolizadores con los que vamos a producir tanto hidrógeno que se lo vamos a vender a toda Europa gracias a nuestras renovables baratas (con el permiso del Norte de África, eso sí) sólo son rentables si vienen de Asia. Y esto sucede porque esos empleos de calidad que habíamos querido crear aquí son mucho más caros que los que tienen allá (y eso sin entrar en cuestiones de derechos humanos), o porque no somos tan productivos, o tan innovadores como en otros sitios.
A esto podemos sumarle que esos fósiles que nos está costando tanto soltar, como sus productores saben que van a dejar de usarse, se dejan de explorar y producir, y por tanto sus precios suben, sin necesidad de maniobras rusas. O suben simplemente porque hay un cártel que controla los precios, que cada vez lo hará más, y que lo que quiere es ordeñar la vaca lo más posible antes de que se muera, pero eso sí, de forma inteligente, no sea que los dejemos de golpe.
A toda esta panoplia de decepciones también podemos sumarle que muchas empresas nos venden humo (el famoso greenwashing), haciéndonos creer que reducimos emisiones cuando, en agregado, no es cierto. O que incluso las políticas que nos prometen reducir emisiones (como por ejemplo las normas europeas de emisiones de los vehículos) realmente lo que hacen es generar un rebote que, al menos a corto y medio plazo, también puede aumentarlas.
Y claro, con todo esto, al ciudadano se le queda cara de tonto. ¿Nos habrán tomado el pelo?¿Será que no nos estamos enterando de algo? Pero si yo reciclo mis basuras…¿Qué es lo que está fallando?
La respuesta ante este buenismo podría ser simplemente un “vamos a hacer las cosas mejor, vamos a aprovechar las oportunidades bien, y vamos a manejar menor las expectativas”. Pero desgraciadamente los populistas de derechas son más rápidos, y le dan la vuelta y nos vuelven a vender un negacionismo reciclado o retardismo disfrazado de populismo, que es la segunda amenaza a la que nos enfrentamos, y que crece cada vez más.
2. El negacionismo disfrazado de populismo o retardismo
Llevados de los intereses de algunas empresas, y también de la demagogia y del oportunismo político, los populistas toman las desigualdades sociales que aparecen en la transición (porque en cualquier transición siempre hay ganadores y perdedores, por supuesto, léase agricultores, chalecos amarillos, transportistas, etc.) y las usan como argumento para decir que no tenemos que ir tan rápido…Y que mejor vamos desmontando todas las políticas climáticas para no perjudicar a nuestras economías más de lo necesario. Sobre todo cuando además somos los únicos tontos del planeta, porque mira cómo los chinos o los americanos no reducen…(falso, por supuesto). Nótese que el argumento ya no es que el cambio climático no existe, o que no haya que luchar contra él (aunque, llevados por el impulso, algunos vuelven a sacar argumentos ya más que desmontados como lo del ciclo solar)…sino que el empleo es mucho más importante, y las políticas climáticas lo dañan.
Esto algunas veces se llama también retardismo (o dontancredismo): vayamos más despacio y, mientras tanto, a lo mejor mágicamente aparecen esas tecnologías que necesitamos para la transición, con las que todos seremos felices porque podremos seguir consumiendo como antes sin dañar el clima. Hay que tener cuidado con no confundir este retardismo con un cierto nivel de pragmatismo como el que plantea la carta de Larry Fink de 2024, que propone ser más pragmáticos en la transición y reconocer que los fósiles seguirán siendo necesarios durante la misma, y que quizá no sea tan sencillo ir tan rápido con las renovables.
El problema, por supuesto, es que los retardistas tampoco invierten en la innovación necesaria, ni se plantean trabajar para solucionar las barreras existentes, porque en el fondo lo que tienen detrás son o bien los intereses de los que no quieren cambiar nada, o el cortoplacismo electoral que no se atreve a tocar las narices a los votantes. Para qué meterse en líos innecesarios, ¿verdad? El problema es que esperar sólo se justifica si es para hacer las cosas mejor, no para posponerlas indefinidamente.
En cualquier caso, cualquiera de estas dos posturas simplonas, que toman por tontos a los ciudadanos y prefieren la rentabilidad electoral a corto plazo a solucionar de verdad los problemas de la sociedad, son en mi opinión amenazas severas para la transición climática. En primer lugar, porque ninguna se atreve a contar a la sociedad la verdad completa: ni los costes de actuar, ni los costes de no hacerlo. Y una sociedad que no está bien informada difícilmente actuará en la dirección correcta. En segundo lugar, porque ninguna realmente se atreve tampoco a tomar las decisiones necesarias para enfrentarse al cambio climático y dirigir adecuadamente la transición.
¿Qué hacemos entonces?
¿Cómo se lucha contra cada una de estas amenazas? Porque la transición hay que hacerla, sí o sí…Y creo que la estrategia es la misma: en el fondo, si hacemos el buenismo más realista, avanzaremos más. Y si hacemos bien las cosas, y aprovechamos de verdad las oportunidades, nos cargamos los argumentos del retardismo. Como decía recientemente Jordi Sevilla, “el populismo surge de los decepcionados. Por eso hay que combatir al populismo con resultados, con acción política y democracia. Y eso requiere pactos y acuerdos.”
Así que creo que lo primero que tendríamos que hacer es lograr un frente común, un pacto amplio que sentara las bases sobre las que actuar. Por supuesto, a nivel europeo, pero también aterrizado a nivel nacional, regional o local. Porque no basta tener a Bruselas de poli malo, eso lo único que hace es generar más reacciones populistas antieuropeístas.
Ya, ya sé que parece un chiste hablar de consensos en tiempos de polarización o de muros…pero sinceramente, también parece un chiste (o más bien una tragedia) tratar de lograr una transformación significativa de la sociedad desde el frentismo. ¿Dónde creo que podemos encontrar las bases para ese pacto amplio, porque creo que son políticas que pueden tener un respaldo social muy amplio si se hacen bien?
• En primer lugar, las políticas de innovación y competitividad: desarrollo tecnológico, innovación social, o capacitación para el empleo que permitan alcanzar sectores industriales, pero también residenciales y de movilidad descarbonizados y competitivos. Y además, con una característica muy importante en estos tiempo: autonomía estratégica. ¿Quién en la derecha se puede oponer a esto? Estas políticas además deben ayudarnos a generar alternativas para que la fiscalidad no nos haga tanto daño.
• En segundo lugar, en políticas fiscales justas e inteligentes. Poca gente en Europa se opone a pagar impuestos (EEUU es otra cosa, sí). Pero resulta complicado entender que los impuestos se usen para subvencionar industrias en declive, o para ayudar a los ricos a comprarse vehículos eléctricos o autoconsumo, o para que usemos más el transporte público sin reducir el privado. Las políticas fiscales deben ir orientadas a desincentivar los comportamientos no deseados, y a compensar a los perdedores o ayudarles a convertirse en ganadores.
• En tercer lugar, y muy relacionado con lo anterior, innovación en la financiación: muchas veces el problema para transformarnos es el acceso al capital, no la inexistencia del mismo, ni la falta de rentabilidad.
• En cuarto lugar, acuerdos comerciales (la política climática cada vez es más política comercial) que eviten la competencia desleal asociada al cambio climático. La protección en frontera como arma puede ser una fuente de problemas, pero la creación de clubes climáticos puede verse de forma más positiva.
Por último: todo esto requiere un esfuerzo de comunicación y liderazgo muy importante. Como digo siempre, Churchill no motivó a los británicos para ganar la guerra con promesas de flores y bienestar, sino con sangre, sudor y lágrimas. Y en esto de la transición energética no hay soluciones mágicas ni sin inconvenientes. Hacen falta líderes capaces de transmitir la importancia del problema, pero también la necesidad de cambiar nuestros comportamientos innecesarios, a la vez que la confianza en que hay formas de reducir el daño o de compensarlo para los más vulnerables. Líderes que nos ayuden a gestionar bien las expectativas, y que no nos prometan lo que no es posible. Hay mucha gente ahí fuera que quiere hacer lo correcto, pero no sentirse idiota. Necesitamos líderes que representen a esa mayoría.
1 comentario:
Hola Pedro!
Antes de todo, estoy de acuerdo con el argumento de los Escila y Caribdis de la transición climática, así como con las soluciones, aunque matizaría unos puntos.
Mi lectura de la Historia me lleva a pensar que los pactos de Estado entre los grandes partidos son pocos habituales. Y si cuajan, suelen ser consensos que valen menos que la suma de sus partes, al parafrasear a Aristóteles.
El frente común que llamas para encabezar la transición climática sería una coalición del centro del procomún. Los populismos en ambos extremos del tablero político no están abiertos, oportunista o filósoficamente, al pactismo. Aquí radica el peligro. Las coaliciones centristas pueden llegar a efectos péndulo fuertes ya que se pierde el juego saludable de la alternancia que estructura el debate público.
Un ejemplo es el movimiento de Macron, nacido para unir lo mejor de ambos bloques para reformar Francia. Despúes de inicios esperanzadores, su proyecto se está estancando con una ultraderecha nacional-populista a niveles históricos, unas de las pocas alternativas con espacio propio. Del otro lado, el Podemos francés, la Francia Insumisa, encerró la izquierda en un discurso radical a costa de la centralidad del tablero político. Ambos se proponen deshacer el programa reformista de Macron, es decir un efecto péndulo mayor que las tradicionales alternancias políticas.
Mejor que un pacto amplio, hace falta cambiar el debate público. Para usar una metáfora futbolista, mejor cambiar el terreno del partido que formar un solo equipo uniendo los dos clubes en el partido. Una coalición de la mayoría que hablas es correr el riesgo de un monopolio de la razón, una de las críticas contra el mandato de Macron o el gobierno semáforo en Alemania. Son experimentos con impopularidades profundas y alternativas políticas radicalizadas en línea con los Escila y Caribdis de la transición climática.
¿Qué es cambiar el debate público? Me refiero a convertir las ideologías políticas a la transición climática, a hacer de la transición climática una parte integrante de sus sistemas ideológicos para que el debate de la transición climática pase del qué (el objetivo) al cómo (la senda, la filosofía de implementación).
Un ejemplo histórico: En Francia, el establecimiento definitivo de la República ha sido la Tercera República en los años 1870-1890. Es la conversión de los monárquicos liberales a un republicanismo conservador que afianzó la República. Su líder, Adolphe Thiers, justificó que no era la jefatura del Estado sino la filosofía del régimen que contaba. Esto culminó en la encíclica Au milieu des sollicitudes del papa Leo XIII (1892) que llamó a los Católicos franceses en apoyar la República, ahora compatible con la doctrina de la Iglesia.
Para construir el consenso que deseas, se necesita más bien una conversión en profundidad de las ideologías políticas a un liberalismo verde, un conservadurismo verde, un socialismo verde, etc. Cada familia política debe llevar un trabajo de refundación. Por supuesto, mi propuesta es muy idealista. Pero haría falta una organización del debate público por agentes (partidos) compartiendo un objetivo común pero que se oponen en el cómo. Organizar el debate público en torno a una línea de división es el pilar de nuestras democracias del público (en el sentido de los espectadores) como esbozado por Bernard Manin (1995).
Cambiar de paradigmas políticos puede llevarse paralelamente a la acción decidida contra la urgencia climática. No será fácil, pero permitiría una transición climática más duradera. Necesitará al menos 30 años, un período demasiado largo para conducir una política churchilliana de excepción y de sacrificio. Cabe recordar la lucha contra la covid-19: el pacto amplio de los primeros meses se fracturó en menos de 2 años.
Hace falta liderazgo pragmático y transparente como bien dices, pero mejor resolver el ‘market failure’ que crear un monopolio reformista, aunque bien intencionado, si me permitas la metáfora económica.
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